miércoles, 16 de enero de 2008

El ya "mito" de Carlos Tejedor

Es invierno, y tengo frío en el Bolsón. Ya no salgo hace mucho tiempo. Desde mi ventana se ve el lago Puelo. Vivo de la pesca, tiro la carnada desde la ventana y espero; paso la tanza por un agujerito para poder cerrar la ventana, y espero. (A que pique). Así me alimento. La trucha que pesco la cocino con sal: no tengo gas. Siempre dejo un pedacito para volver a tener carnada. Ya casi no salgo de casa.
No por viejo.
No por haragán.
No por capricho.
Por miedo.

Sí, tengo miedo a salir.



Me presento: hola, mi nombre es Carlos Tejedor. Tengo dos hermanos, uno se llama Carlos Tejedor, como yo, y el otro se llama Carlos Tejedor: como mi hermano y como yo. Mi padre, hace muchos años, ha derivado sus grandes campos de por aquí: una porción para cada hermano tocó. Mi padre quería, como el padre del cautivo y como dice el dicho: "Quien quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas", que cada uno elija uno de esos destinos. Cada uno de nosotros eligió uno de esos.

Nuestra gran tradición familiar, es la de tejer. Tejemos lo que sea, en muy poco tiempo: posapavas, escarpines, alfombras, mantas, pulloveres, bufandas, cubretelevisor, o lo que fuere necesario. Lo llevamos ya en la sangre, supongo. Me parece que cuando una familia insiste mucho en algo, queda grabada en el ADN la "habilidad". Mentira, no me parece: pero en nuestra familia se da en que todos tejemos a la perfección y tenemos muy mucha habilidad. Por ejemplo, si ando con tránsito lento y voy al baño, por ahí me tejo un pullover, o unos guantes, depende lo que me surja en el momento.

Retomo el relato: mi padre nos regaló parcelas enormes a cada uno de nosotros. Él se quedó igual con un pedazo para seguir con su vida; "me quedan treinta centrímetros de vida ya a mi" decía, e insistía agarrarse una parecela de treinta por treinta, para quedar parado y nada más. Siempre fue de pensar así las cosas. Lo convencimos que le quedaban treinta metros, entonces al menos pudo vivir.

El día de la subdivisión, mi padre decidió hacer un asado de despedida. Siempre me dieron "cosa" los asados a la noche. Siempre le tuve miedo al Peque Malo. El Peque Malo es famoso por estos lares: te mata de un susto: se te cuelga, agarra tu cabeza entre sus manos, te mira, y te hace una cara horrorífica; después te tira al lago. De ahí su maldad: ¡Te tira al lago! ¡Hijo de puta!

Pero ese día comimos hasta que casi me olvidé del Peque. Vimos que mi padre había ordenado su parcela: había amontonado: por un lado paja, por el otro ramas, y por el otro, piedritas y cemento plástico de rápido secado para la construcción.
Con mis hermanos, nos desafiamos hacer cada uno un pullover con esos materiales. Yo elejí el de paja, por practicidad. Un Carlos Tejedor eligió las ramitas. Y el otro, el más orgulloso, el cemento: cómo era de secado rápido y medio de goma, hizo hilos de cemento, con la forma justa para tejer. Mi padre sería el jurado.

¡Ah, qué belleza! Qué BE LLE ZA esos pulloveres. El de ramas era bárbaro, eran ramas verdes. El de mi otro hermano, el de hormigón, estaba bueno también, y lo pintó con unas frambuesas que encontró ahí. El mío, de paja, era medio medio, aunque estaba lindo, veraniego, pero más bien parecía una esterilla. Fui el primero en terminar, luego mi hermano de las ramas, y luego el otro. Mi padre eligió al de hormigón: "fue el que más trabajó", y después "pero los tres están muy lindos". Nos los pusimos, y nos dedicamos a juntar la mesa.

Luego de éste banquete, cada uno se dirigió a su casa. "Tengan cuidado: que el Malo no les agarre de la cabeza", dijo mi padre.
Había mucho viento. De golpe escuchamos el crujir de las ramitas. Siempre creímos en el peque como en el cuco: no sabés cómo es pero sabés que existe, y por las noches. A mí me pasaba como dice Dostoievski en Memorias del subsuelo: "soy lo bastante instruido para no ser supersticioso, pero soy supersticioso". Íbamos los tres por el mismo camino. Lo identificamos: era el malo, que quería comernos. Comernos una forma de decir. Y empezamos a correr. Y notamos que se nos avecinaba. Mi hermano gritó: "¡El Cuco! ¡El Cuco! ¡El Cuco!". Le salió así del miedo que tenía. Pero al malo no le gusta que lo confundan. Entonces aceleró su velocidad. Sabíamos que nos iba a cagar. Cagar una forma de decir. Mi hermano, el de pullover de hormigón, se empezó a quiedar sin fuerzas: el pullover le hacía usar mucha más energía para correr y comenzó a agotarse. No escuchamos más de él al rato. Tal vez lo agarró, tal vez no. Pero enseguida volvimos a sentir los pasos. Mi hermano tejedor, el de las ramas, le pasó algo peor: las ramas estaban trenzadas tan fuerte que empezaron a soltarse con muchísima presión y darle latigazos, lo cual hizo que se le desgarre parte de la piel y empieze a sangrar. Tuvo que frenar la corrida. Me dijo que siga, que se iba a arreglar. No escuché más de él, y al rato escuché otra vez el ruido del malo, y cada vez con mayor volumen.
Pasó algo extraño: en esa situación límite, saqué energías de no sé dónde y pude aumentar mi velocidad, esquivando en plena velocidad los árboles y estando cada vez más próximo a mi casa. TOdo ésto cuando, casi sin creerlo, por el raspor de las pajas, saqué una chispa. Por la fricción. Y otra, y otra, hasta que me prendí fuego, justo cuando el malo me alcanzó, y metomó de la cabeza. Y sorpresivamente el fuego le quemó las manos. El Peque Malo gritó como nunca había escuchado gritar a nadie, inclusive un sonido tan fuerte, hizo que se me acelere el corazón, de lo largo y continuado. Llegué a darme cuenta que me soltó y que comenzó a alejarse, cuando, antes de salir disparado me dijo: AHhhhh CONCHA SECAAA..!!. No sé por qué me dijo eso. Pero salió corriendo agitando sus manos y golpeándolas en la cabeza.
Yo estaba prendido fuego y comenzaba a tener calor, por lo cuál me dí un chapuzón rápido en el lago, y me metí adentro.

Desde ese día salí muy poco de casa.
Y desde ahí tengo miedo.
Cuando salgo, llevo un pullover de paja reforzado, y un encendedor.
Tengo miedo a volver a encontrarme con el Peque Malo. Pero más miedo tengo de ver flotando en el lago el pullover de ramas. O cuando pesco, traer de sorpresa uno de hormigón.
No me interesa ser rico tampoco, aunque me hubiera gustado poder navegar, como le había dicho a mi padre.

2 comentarios:

Laviga dijo...

Bueno, claro... es entendible.

Apuntes+Editorial dijo...

Hola laviga, bienvenida/o.
Si, pobre, es bastante entendible. Y bue. Habrá que cuidarse.-
Gracias por pasar a visitar, pase cuando quiera.