-Ya vengo. Voy a comprar cigarrillos y ya estoy acá.
-Pero mirá que son como treinta cuadras. ¿Por qué no vas mañana?
-Tengo que fumar ahora.
Así salió de su casa a comprar cigarrillos. Caminando, llegaría en media hora. Por otra parte, su mujer se puso a cocinar una torta para tomar con café cuando él regresara.
Caminó un tramo largo y, en la plaza, se cruzó con Tito, que también había salido a comprar cigarrillos. “Hoy tenía las ganas especiales de fumar, viste”, le dijo Tito mientras le daba su tercera pitada al cigarrillo. Tito se encontraba más pequeño que de costumbre. Se encontraba reducido de alguna manera en su tamaño. “Si”, le respondió. “Yo también tengo que comprar y volver a casa, así que nos vemos después Tito, nos vemos después”.
Fue muy grande la sorpresa también al ver a Martínez, al viejo Martínez, en la esquina del quiosco, donde siempre fumaba. Indudablemente era el viejo Martínez. Pero se veía chiquito, su tamaño era el de un bebé aunque no sus rasgos; tenía la ropa del viejo Martínez, y los pelos del viejo Martínez, y la barba del viejo Martínez. Y el viejo le dijo “Querido. Tanto tiempo no venías por el barrio. Qué pasa, ¿te cortaron los víveres?”, para luego reírse de una manera tosca como sólo podía hacerlo el viejo Martínez. Él, como siempre, respondía con una sonrisa, le estrechaba la mano, y seguía, pero ésta vez estaba dispuesto a preguntarle qué era lo que estaba pasando, por qué su tamaño. Pero no se animó: el viejo Martínez siempre tuvo un aura de poder, de rechazo, como los imanes cuando se repelen, y contra eso no se puede.
Una vez que compró sus cigarrillos, volvió a su casa. En el camino prendió uno. A mitad del tramo, se encontró con el hijo de Tito, que tendría unos seis años, y se encontró con la sorpresa de que el hijo le sacaba una cabeza de tamaño. Desesperado, apuiró el paso a su casa, fumando cada vez más rápido y consumiéndose. Cuando llegó, se había vuelto un puntito. Él, Pablo, seguía siendo Pablo, pero ahora tenía el tamaño de una hormiga. Lógicamente, pasó por debajo de la puerta.
Escuchó a su mujer hablando por teléfono, seguro con Zulma, su mejor amiga, y le explicaba que estaba sola y que le parecía raro que el pelotudo de Pablo no llegara.
Pablo intentó comunicarse con ella, pero su voz era finita. Ella lo escuchaba de todos modos, lejanamente; ya había cortado con su conversación y ahora terminaba de amasar para introducir la torta al horno. Pablo subió a la mesada para intentar que ella lo reconozca y, sin darse cuenta, estaba húmeda, y patinó por la bacha. Su mujer abrió la canilla para enjuagar algunos instrumentos de cocina, y eso lo introdujo directamente por la cañería, donde cayó y quedó en el sifón. El sifón estaba oscuro y lleno de restos de comida. También había bichos, pequeñas mosquitas, que lo miraron raro y comenzaron a repelerlo. El gritaba desesperadamente a su mujer que lo salve; ella lo escuchaba y comenzaba a enloquecer. Golpeaba su cabeza con sus manos, pensaba que era su propia cabeza que la estaba torturando. Puso el pastel al horno y prendió la televisión fuerte.
pablo, por su lado, ya había dejado de gritar, y había logrado trepar por el caño y, en una parte de éste, había encontrado un poquito de levadura. Inmediatamente la comió: era apenas un gramo de levadura que le llevó más de cinco minutos. El caño estaba próximo al horno, por lo cuál estaba tibio y pablo comenzó a levar. De repente, como en una explosión, haciendo plop, reventaron las cañerías y apareció pablo, ya en su tamaño, arrojado, y arrasando con parte de la mesada.
Su mujer, por el ruido, se acercó. Al verlo, y al ver parte de la mesada destrozda. quedó quieta. ¿Qué hacés así pelotudo, qué pasó, cómo entraste?“Ya te voy a explicar. Hacé café y te explico”. “No, no, contame qué hacés ahí y por donde entraste, me estás volviendo loca”. “Es largo. Y dale que se quema la torta, hacé el café y te explico”, le dijo mientras se sacudía restos de comida y condimentos que le habían caído encima. Luego se dio vuelta, y vió un hilito de humo por debajo de la puerta. Vió un puntito. Lo agarró y era Tito, consumido, pequeño, y fumando. Lo puso en un frasco, le tiró un poquito de levadura, y lo puso en la vereda, al sol.
miércoles, 2 de julio de 2008
Un cuentito. "Cigarrillos"
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