En un lugar de mi casa sonó el teléfono, por la mañana, mientras yo ponía a calentar agua; un agua que ocupaba la pava desde el día anterior.
“Felicitaciones”, me dijo cuando atendí, e inmediatamente cortó.
Volví a la cocina que estaba sucia de la noche anterior; había vasos y tazas con cerveza fermentada, a los cuales me costó sacarles el olor. Había mucho olor a podrido.
Volvió a sonar el teléfono mientras limpiaba un poco y esperaba que se enfríe apenas mi café. “Felicitaciones por haberte levantado a la hora que corresponde. Pero no abuses: largá eso y ponete a trabajar”. Y cortó.
Terminado mi desayuno, decidí comenzar mi trabajo. Tenía que escribir un texto y entregarlo en un par de horas. Como no tenía nada en mente, empecé a improvisar. Nada me gustaba y, si me gustaba, era plagio. Tenía que escribir la historia de un tipo común, de la calle, al que le pasaba algo. Esa era la consigna: me la habían pedido en colaboración para una revista. Primero dije que no, que no me interesaba, pero inmediatamente dije que sí. Pensé que, viviendo en una ciudad chica como yo lo hacía, si no aprovechaba estas oportunidades, nunca me iba a dar a conocer.
Pensando en qué hacer con la laguna en la que me encontraba, volvió a sonar el teléfono. “Por qué no hacés una de un tipo que fuma mucho, y tiene que correr hasta el colectivo, y lo pierde”. “No”, le dije, “eso ya lo filmaron una vez, me parece”. Pero la voz ya no me escuchaba. Había cortado.
Como no se me ocurría nada, salí y caminé unas cuadras a ver si veía algo que poder escribir. Vi un tipo pasear cinco perros, y pensé que los perros podían atacarlo y llevarlo a pasear a él y obligarlo a que haga sus necesidades en una plaza, pero no, no respetaba la consigna. Vi una mujer con una cartera que casi se le caía por la acequia al bajar de un taxi, pero no me convencía. Vi también un tipo que iba rapidísimo en su bicicleta, pero no me sugirió nada.
Volví entonces a mi departamento y, cuando puse la llave sobre la cerradura, reconocí el sonido del teléfono. Apuré el trámite, corrí hasta el aparato, y atendí. “Y qué te parece una de un tipo que es medio marginal pero común, y que planea venganzas desde su casa, y que tiene malas relaciones laborales, y que también tiene problemas con las relaciones humanas”. No me pareció mal, y me senté y traté de escribir algo.
Escrito de un saque y casi finalizado el relato, que me parecía muy bueno, el teléfono volvió a sonar. “Acordate que vive en un subsuelo de mierda y que no puede pagar el alquiler”. Me sentí yo en un subsuelo. En un subsuelo ruso, e inmediatamente descarté mi trabajo, que en el fondo me gustaba pero sentí que ya no era mío, y tuve que tirarlo.
Inmediatamente volvió a sonar el teléfono. Pensé en hablar antes de que me sugiera algo. Pero levanté el tubo y escuché un ruido raro, metálico, como de cuchillas, como un tren cuando raspa contra la vía. Traté de afinar mi oído y mi teléfono explotó. Explotó en montón de pedacitos. Pero parte del parlante, que había quedado en el piso, me dijo “¿Te gustó el impulso? ¿Eh? Gustos que uno se dá. Pero mirá que me quedan otras tantas historias. Por qué no hacés la historia de un boludo. Un boludo que va al baño, limpia un poquito, toma café, atiende el teléfono. ¿Eh boludo?
En éste último, agarré el parlante y lo tiré desde el sexto piso, donde vivo. No lo arrojé al aire simplemente, le agregé fuerza hacia el piso para que se estrellé más aún.
Desde mi celular, ya que el teléfono de línea lo había perdido, llamé a un amigo y le comenté que un boludo iba a salir en una revista.
miércoles, 14 de mayo de 2008
Un mi relato: "No plagiarás a Dostoievski"
miércoles, 7 de mayo de 2008
Nueva editorial
Es un orgullo para quien les habla, poder anunciar el punto de partida de un proyecto gestado hace varios años, el sueño de una editorial propia. Y por fin, después de tantos vericuetos, lo hemos logrado.
Están invitados con una copita y un copetín, (que lo deben traer), a visitar:
viernes, 2 de mayo de 2008
Empujar Autos
Descubrí que me gusta empujar autos cuando no arrancan. Es una sensación buenísima, sobre todo cuando uno hace el último esfuerzo y hay una esperanzita de que arranque, justo cuando el conductor (después de colaborar en el empuje, claro) se mete adentro lo más rápido que puede y le da arranque y el auto corcobea y arranca. Me encanta.
Siempre y cuando no sea mi auto, claro. Sobre todo porque no lo tengo.
Si alguien ve a Mr músculo, dígale que se pase por casa: la mugre se está negando a salir por sus propios medios y ésto me pone muy mal y no sé qué hacer.