-¿A usted le gusta el canto callejero? A mí me gusta -continuó Raskolnikov-, me gusta cuando cantan con un organillo en un frío, oscuro y húmedo atardecer otoñal, tiene que ser húmedo, cuando todos los transeúntes tienen los rostros verdepálidos y enfermizos; o, todavía mejor, cuando cae una nieve mojada, bien verticalmente, sin viento, y a través de ella brillan los faroles de gas...
-No sé, disculpe... - murmuró el señor, asustado por la pregunta y el extraño aspecto de Raskolnikov, y cruzó al otro lado de la calle
domingo, 27 de septiembre de 2009
Crimen Y Castigo
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